Entrevista para Brecha sobre curadoría "Mañana... levántese azúl. José Gurvich una paideia desvelada"

Brecha, 12/10/2012
“Los dones que te han sido dados”

P a b l o   T h i a g o    R o c c a


ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EN 12 OCTUBRE 2012
Con la curadora Tatiana Oroño
—La investigación empezó en abril de 2011 a propuesta del museo y la Fundación Gurvich. Se planteó como campo el “área docente” de José Gurvich, creo que con esas palabras. Dije que sí en cuanto pensé quién soy y de dónde vengo. Esa consulta a mis identidades de origen –padre, madre, vocación juvenil y otras parentelas, entre las cuales estaba el lejano (e inolvidable) contacto infantil con el propio Gurvich en sus casas-taller– me daba el pase. Después vino el trabajo. Pensar cómo arreglármelas y hacerlo. Cuento en el catálogo, en la introducción, cómo de alguna manera, el trabajo a emprender se me ofreció como posibilidad de respuesta a aquella interpelación a mi futuro que estuvo implícita en uno de los gestos de Gurvich que no olvidé. Nos retirábamos un domingo con Dumas Oroño, mi padre, de la primera casa de la calle Polonia. Él me puso la mano en la cabeza y me dijo: “Los dones que te han sido dados, si no los usas, te serán quitados”. Lo dijo con bondad. Pero el mensaje era severo. Nunca me olvidé del consejo –la rima seguramente ayudó a retenerlo– en el que estaba cifrada la sabiduría de los pintores, de los hombres fervientes como mi padre. Gente que miraba el porvenir propio y ajeno con la misma atención confiada, pero alerta. Como veía yo que miraban las obras, lo que pintaban y lo que modelaban con cerámica, y lo que burilaban, o espatulaban o trapeaban. Así miraban la vida.
—¿Qué obstáculos encontraste en el camino?
—Fueron llegando, por supuesto. A ver…, primero había que habérselas con el universo de los “discípulos”, cuyo listado parcial figuraba como de “alumnos” en el archivo del museo. Al mismo tiempo que fui tejiendo la red a partir de los que estaban y los datos que aportaban –muchas veces contradictorios, así fuera parcialmente, entre sí–, fui comprendiendo que la categoría que los abarcara tenía que ser ampliada a “discípulos”, ya que éstos tienen como único requisito el haber aprendido algo sustantivo de un maestro elegido y nunca de un magisterio impuesto. Después, había que saldar –quiero decir, yo tenía que tratar de saldar– las cuentas pendientes en el imaginario y en la sensibilidad de algunos protagonistas. Me explico: para algunos de los artistas convocados, el magisterio de Gurvich formó parte del magisterio plural que había alumbrado en el Taller Torres García. Es un dato indiscutible. En el marco de la ética de máxima austeridad, por no decir estoica, de aquella comunidad interpretativa que constituyeron los miembros del taller, la convocatoria de la cual yo era emisaria –ir a la búsqueda de los “discípulos de Gurvich”– sonaba mal de entrada. Gurvich tiene un museo, un giftshop, un site, un marketing… Ha sido celebrado, en símiles que creo desafortunados porque resultan ser lugares comunes de retórica oratoria, como “el discípulo que superó al maestro”… Esos antecedentes obran en contra de una investigación de campo. En ella contás con las personas, con sus archivos materiales e inmateriales. Si las personas, el reservorio más preciado de todos por lo que saben, por lo que sienten y conocen, por lo que pueden aportarte, se retraen y desconfían, estás perdida. Y está empantanado el trabajo. Así que ahí tuve que echar mano a todos los recursos honestos de persuasión de los que dispongo. Y sorteé obstáculos y aprendí mucho. Mucho.
Después hubo otros obstáculos más, diríamos, prosaicos. Por ejemplo, las desgrabaciones. Cientos de horas para las cuales no se adjudicaron recursos extra. Porque la parte contratante entendió que yo no iba a precisar demasiado las palabras de los entrevistados. Y en cambio precisé mucho. El catálogo lo demuestra. Es mi modo de trabajar. Yo trabajo escuchando.

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